Distancia: 70kms.
Fecha: 14 de septiembre
de 2014
Crónica
El
paraíso a una hora de distancia. La verdad, un lujo a nuestro alcance que no
podíamos dejar escapar los quince afortunados que una vez más hicimos el
esfuerzo de levantarnos antes que las siete de la mañana dieran en el reloj,
pero la verdad… mereció la pena.
Si
temprano nos levantamos los que acudimos a la cita, ya no digo ná de Martillo
Pilón, que batió el récord mundial de levantarse temprano: ¡las cuatro de la
mañana! Y todo para poco: clavarse 20 kms. corriendo y luego 70 en bici.
Hombre, igual alguien piensa que más difícil hubiera sido al revés: 70 kms.
corriendo y 20 en bici, pero tranquilos, todo se alcanza. Así que él era el
primero en llegar al lugar de la quedada. Imedio y yo, llegamos después y poco
a poco, el resto de la troupe, incluidos los tres zorros campanarienses, que
aerrrrrr, llegaron casi a la par.
El día
andaba medio nublado, lo cual nos favorecía para la práctica cicloturista y
digo bien, ciclo y turista, pues pudimos disfrutar de un montón de vistas
–incluidos venaos, gamos y demás fauna autóctona-. De hecho, en los primeros
kilómetros ya nos aguardaban en la depresión del terreno, donde rebaños de
hembras capitaneadas por verriondos machos, cruzaban de derecha a izquierda
buscando el cobijo de los pinares chorreantes de resinosos troncos, recogidos
por cubitos que servirán quién sabe si para pintar las fachadas de nuestras
casas… vamos, como lo de la agüita amarilla de los Toreros Muertos.
Como no
me hacen ni caso, a pesar de los graznidos que salen de mi garganta, el grueso
del grupo tira a derechas para buscar el primer mirador. Pacorretales, Imedio,
Martillo Pilón, el Gurú y el Señor de los Anillos, sin embargo buscamos las
primeras rampas hacia Puerto Lobo, a unos de 600 mts. de altitud. 594 mts. para
ser exactos, pues una señal así lo indicaba y desde el cual se aprecia parte
del embalse del Cíjara y unas pendientes que quitan el hipo. Allí esperamos al
pelotón, deglutiendo las primeras viandas.
La ruta
no es que tenga cuestas muy empinadas, pero por norma pica parriba y eso es lo
que la hace dura, unido lógicamente a la distancia, recompensada en los últimos
kms. que pican pabajo. Así vamos quemando caminos, sube que te sube y vuelve a
subir. Clareos de árboles talados, sobre todo eucaliptos, nos iluminan el
camino. En un alto el grupo espera a los últimos y es donde se empiezan a
entretener con caballitos y otras habilidades en lo alto de la bici: peripecias
no aptas para torpes como el que escribe, bueno uno se conforma con lo que
tiene, ¡qué le vamos a hacer! El caso es que en el descenso, nuestro Saltarín,
Saltimbanqui o Yogourín, se la pega. Tiene unos buenos raspones, sobre todo en
rodillas y culo, más parecía que le hubiera salido una vaquilla y le zarandeara
que una caída con bicicleta. Seguro que en el hospital habría colado. El caso
es que como no venía Induráin –portador del botoquín- hubo que improvisar:
Ibuprofeno del Presi, toallitas para niños de Agapornis y cinta aislante de
Juan III. Todo listo, aunque el paciente estaba más nervioso que Chiquito de la
Calzada. Entre irse o no estaba la cuestión, aunque decide seguir, acompañado
en todo momento por el Sioux quien le valió como Lazarillo.
Los
caminos son preciosos y se va a buen ritmo hasta llegar al mirador que se eleva
por encima de la presa. Un cartel anunciaba: Solo cinco personas, pero por un
momento estábamos allí más que en el camarote de los Hermanos Marx, así que
alguien dijo: “…y dos huevos duros”. Por cierto, Imedio nos ofreció una
imitación de Lola Flores que le quedó perfecta: “Y los cojone tuyos”.
Buscamos
una bajada progresiva hasta alcanzar la carretera que conduce al Centro de
Interpretación de Los Robledillos, ya en Helechosa de los Montes. En el stop,
Martillo Pilón nos aguarda provocativo con el culotte subido, donde sus piernas
bicolores deslumbran como los luceros del alba. Carretera y Los Robledillos
cerrado. Otro homenaje al despilfarro: lujo asiático, mobiliario de diseño y
todo para que no tengan ni los servicios abiertos donde poder abrevarnos.
El Presi
nos advierte que hay una alberca donde lo podemos hacer. Así que allí metemos
la cabeza, los piés y bebemos, pues nos aguarda la cuesta más jodía de la ruta:
3,5 kms. de desnivel que hay que subir cuando ya llevamos más de 50 kms. de
recorrido. Apretamos los dientes y esta vez voy más entero que hace un par de
años donde pasé mi víacrucis personal que diría Butanito. Llegada al cruce y vamos hacia el camino donde antes pasamos hasta
llegar al desvío de Los Viveros. Nadie se fía de nadie: solo uno se salva:
Pacorretales. Víctima el pasado años junto a Induráin de un despiste causado a
su vez por un apretón, hoy se ha convertido en el guía, el portador del anillo,
digo del GPS, y es el único que no duda cuando hay que desviarse, aunque bien
es verdad que en la bajada hubo algo de confusión corregida inmediatamente.
La mayor
parte de estos 8 ó 9 kms. ya se hacen hacia abajo, con alguna cuesta que me
valió para salírseme la cadena y parar el ritmo de Pacorretales y Altrantán que
venían inmediatamente detrás de mí. Desde ahí pedal y pedal con polvo en la
boca.
Un lujo
esta ruta, la más dura quizá del calendario, pero la más bonita. En fin, otra
aventurilla para contar de bambis silvestres y pinos resinosos.
Agur
correliebres y que las piedras del camino no os confundan.
CRONISTA: GURU
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