Algunas conversaciones se tornan tan interesantes que cuando te das
cuenta vas tú solo con el conversador. Esto es lo que nos pasó al comienzo de
la ruta entre el Señor de los Anillos
y el que escribe el relato. El tema era interesantísimo, así que nos abstraímos
de nuestro entorno y quemábamos camino mientras hablábamos de criadillas,
espárragos y cardillos. Vamos, que la cumbre de la Tierra se nos quedaba
pequeña. Yo le miraba y allí estaba la Greta Thunberg del Trébol, qué
concienciación ecológica.
Mientras
transitábamos por las calles de La Haba, Sergio me advierte de mi suspensorio y la necesidad de pasar por
el taller. No te asustes, Sergio, esperaré mejor ocasión para bautizarte,
aunque hoy me lo has puesto muy fácil. De nada. Antes de entrar en territorio
jabeño, el Gallego nos esperaba cual
Don Juan esperando a su Doña Inés, el problema era que éramos muchas ineses las que habíamos partido desde
Villanueva. Vamos, que tenía dónde elegir. Tengo que decir, que este Gallego nuestro no parece gallego, es
un gallemeño (mitad gallego, mitad
extremeño), caracterizado por una incontinencia verbal que abruma. Este Gallego no habla, ametrallea las
palabras, no para, es un prodigio del verbo. Mientras que los demás estamos
quitándonos las lagañas, él ha soltado ya medio millón de palabras. Yo le
entiendo, porque llevaba 20 minutos sin hablar, pues hizo el camino desde Don
Benito solo.
Discurría
la mañana, tranquila y plácida, dispuesta a afrontar las trialeras de la mejor
forma. Al llegar al Montecillo y
abrir la cancela, nos recibe el enorme perro que cuida de la finca. Y oh!
Sorpresa, el Señor de los Anillos
nos demuestra sus dotes de susurrador de
perros y consigue amansarlo. No me queda otra que pedirle a Pacorretales que inmortalice el
momento, por eso es nuestro faro, el que guía nuestro pasos. ¡Qué temple, qué
manejo de la situación!
Cubierto
el primer tramo de las trialeras, paramos a merendar. Y allí me comentan las
expectativas del grupo y ¡a ver qué voy a poner en las contracrónicas! No os
preocupéis por eso, ya que todo lo que hagáis o no, digáis o no, veáis o no,…
será recogido por el contracronista. Y si os quedáis quietos y callados,
igualmente.
Al enfilar
el segundo tramo de las trialeras, Sergio nos dice que esperemos, que va a
subir una piedra montado en la bici (yo sé que este reto estaba patrocinado por
Clínica Dental Canorea), pero mañana
no tendrá que ir. Seguíamos por la trialera cuando nos dicen que hay que
atravesar el río (y montado), pero vamos a ver: domingo por la mañana y que me
tenga que ver en estas y encima el Vargas
intentando grabar la tragedia. Caída no, pero los piés ya irán mojados para el
resto de la ruta. ¿Quién fue el
irresponsable de esta decisión? La cárcel es poca cosa para quien nos mete
en estos berenjenales.
Camino de La Serrezuela, un olor pestilente
asomaba. Yo pensé que era caca de cochino, pero Jaime y Martillo Pilón
me sacaron de mi error: era fertilizante. Entonces me vino a la cabeza la frase
del Teniente Coronel Killroy en Apocalipsis
Now, cuando decía: Cómo me gusta el
olor a napalm por las mañanas. ¡Vaya peste! Yo sé que no me voy a ganar la
vida con la distinción de olores con mi pituitaria. Sin embargo, ofrezco mis
servicios de mis papilas gustativas, soy buen catador de jamón, queso, marisco
y vino; lo hago de forma altruista, a cambio puedo daros un buen diagnóstico
del producto degustado (me lo podéis encargar por privado).
Para
terminar, el grupo se dirige enfilando la cuesta de muebles Ávila, cada uno
como puede, otros como le dejan y los demás arrastrando la lengua. Bueno,
tréboles, descansad, sed buenos y recordad nuestra experiencia de nuestro olor
mañanero a fertilizante. Qué buen despertar tenemos algunos cuando saboreamos
estos pequeños detalles.
El Gurú
(El contracronista suplente)
Muy buena crónica amigo Gurú!!!! Uno ya no solo disfruta de la ruta dominical y de la compañía de los tréboles, sino también leyéndote.enhorabuena!!
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